Plaza

Esquina del bar La Victoria, un poco después de las ocho de la noche del 8N. Unas cuantas personas de distinta edad con camisetas blancas, un camión con un letrero de “no tenemos miedo”, un grupo se reparte unas escarapelas patrias, unas chicas se comparten un agua fresca, en un atardecer de calor agobiante. La parsimonia de los grupos que llegaron temprano para “militar” la concentración se termina en unos minutos: un río de gente entra por diagonal norte (diagonal sur permaneció vacía) durante más de una hora. Mucha gente. El ojo se intenta posar sobre el contenido juvenil de la marcha opositora: la conclusión es que no hay forma de reducirlo a ningún estereotipo Muchos pibes de veintipico de clase media en grupos de amigos (pequeñas rondas de no más de 4 o 5) que se juntaron para ir a la protesta, con un nivel de politización mínimo, o dicho más exactamente, inaugural. Las miradas, la forma de caminar, el silencio (fue, a grandes rasgos, una marcha silenciosa, o donde las palabras venían más de los diálogos privados que de cantos comunes), mostraban a jóvenes a los que la política los había envuelto hasta lograr su movilización, pero que, al mismo tiempo, se trataba de una mochila frágil, híper coyuntural. Se prende un micrófono: corrupción y mentiras del oficialismo, repiten varios. El temario se agota rápido, el discurso está deshilachado, brota en tópicos genéricos, no avanza en acciones. Los cantos que prendían de tanto en tanto eran del tipo “Argentina, Argentina” y el nostálgico “que se vayan todos”. De tanto en tanto, aparecían algunos bombos y redoblantes y sobre ellos se formaba un círculo entonaba alguna consigna. El contenido de clase (media) lo dio uno canto extraño, por lo autoconsciente: “¿Dónde están los pobres? con seis pesos no se come”.
A diferencia de la marcha anterior, una mayor masividad diseminó a los discursos duros y las consignas destituyentes. Se ve poco de eso y mucho cartelito de pequeños sincericidios: “si vine bien vestida es porque tengo trabajo”. Y al lado un cartel que dice: “Cristina es la Barrick”. Una ensalada de imposible solución política, adobada con los infaltables llamados a la “seguridad”.
Una conclusión que tendrá que ser sometida a prueba pronto: el fogoneo de Clarín y sus periodistas parece ser todavía efectivo para instalar ideas, palabras, discurso. Para, puesto en extremo, darle temporalidad política a una movilización multitudinaria y multifacética. Pero puede estar bastante lejos de provocar una identificación social en su defensa. Un enorme cartel fue aplaudido cuando entró a la Plaza: “Ni Clarín ni Cristina, Una patria argentina”. Había muchos, hechos a mano, en un sentido parecido: “Clarín miente, paga Noble, Cristina miente, pagamos todos.” “Yo quiero que Clarín cumpla la ley así el gobierno no tiene a quien echarle la culpa de sus limitaciones” Esa liviandad, esa antipolítica movilizada puede ser, al final de cuentas, una fuerza demasiado heterogénea y librepensadora para que sirva como escudo de defensa al Grupo. ¿La oposición política? Nadie, en esa plaza, parecía siquiera estar haciéndose esa pregunta.

(salió con otras crónicas  breves ayer en el Ni a Palos)

PD: Sobre el cacerolazo: esto y esto.

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Este sábado y el otro, música y vino

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Preguntas

Un momento como este tiene, necesariamente, que generar preguntas. Y eso significa poner a las certezas a un costado, ahí esta lo difícil. Pero en un momento donde algunas de las certezas que nos acompañaron desde el 2003 parecen ponerse en cuestión (y el lugar de los sindicatos en el proyecto del kirchnerismo es una) se vuelve necesario volver a las preguntas. Como se dice en este post de Artepolítica, pisamos una terra incognita. Acá van algunas:

¿Alguien traiciona?

Así como no sirve de mucho pensar al menemismo desde la «traición» al peronismo, tampoco alcanza a explicar la marcha y el discurso del miércoles, el enfrentamiento seguramente sin retorno con un aliado fuerte del gobierno como Moyano, desde esa misma adjetivación. Por el contrario, Moyano parece mas bien estar siendo leal a su propia construcción histórica y a los intereses (inmediatos y segmentados, tal vez) de sus representados. En ese sentido, el gobierno también está siendo leal a su propia construcción, a sus orígenes, a sus intereses. Por lo que lo que hay que pensar es que pasó, no tanto desde la lógica personal de los actores, que influye, pero que escapa a las posibilidades de ser interpretadas desde fuera, sino  las transformaciones que se dieron desde el 2003 y que fueron modificando a esos actores y, por lo tanto a sus intereses, sus representaciones y, en consecuencia, su mirada de lo que vendrá.

Dicho de otro modo: las claves de interpretación (y de actuación) que se tenían desde el 2003 o, mejor, desde el 2001, parecen estar ya caducas. Si el kirchnerismo gobernaba con el telón de fondo de la Gran Crisis, si ese era el punto de referencia en múltiples sentidos, hoy ya no lo es más. En múltiples sentidos, porque una Plaza de Mayo que se llena para pedir ganar más, no tiene mucho que ver con las plazas del 2001, ni las del comienzo del kirchnerismo, donde los movimientos sociales competían con el sindicalismo el protagonismo de esos actos. Actos de trabajadores excluidos y de trabajadores sindicalizados apenas acostumbrados al retorno de las paritarias. Se podría decir que estos «años felices» pusieron en lugares distintos a los que se miraban emparentados. La lógica estatal y la sindical tienen sus puntos y momentos de alta fidelidad, más cuando ambos se perciben con debilidades similares frente a sus adversario comunes. Y es el éxito de esa sociedad la que los pone en veredas enfrentadas (no tan distinto al recorrido de las relaciones del gobierno con otros sectores…)

¿Quién gana?

Otra de las razones que parecen estar detrás del divorcio entre la CGT y el gobierno es una creciente capacidad del kirchnerismo por organizar esa utopía que hasta hace poco era la «construcción propia». Kirchnerismo pasó de ser una identificación difusa, simbólica, inorgánica, a un conjunto concreto de agrupamientos que terminaron de cristalizarse en el acto en Vélez. Si la política, como dicen, le huye al vacío, el espacio ocupado hoy por el «kirchnerismo realmente existente» empuja al exterior lo que antes estaba dentro (y ahí hay que ver no sólo el sindicalismo, sino también el PJ). La pregunta de cajón es si ese corrimiento, ese remplazo, otorga los mismos niveles de gobernabilidad que el anterior esquema. Si, en definitiva, hay ganancia. Algo que se va a responder inevitablemente a futuro. Lo que aparece claro es la apuesta a eso por parte de Cristina, como también la decepción que esa apuesta, inevitablemente, genera en los demás actores. En el 2003-2007 eso no emergía como problema, porque la fuerza propia no existía o era muy incipiente, e incluso el enfrentamiento al duhaldismo en el 2005 se dio más por robo del rebaño ajeno (lo que explica que después de aquel triunfo en la provincia de Buenos Aires se haya abierto la tranquera para que vuelvan casi todos). En cambio, todo el primer mandato de Cristina estuvo tensionado por el comienzo del fin de esa lógica: el gobierno enfrentó por primera vez a un sujeto social interno con la 125, lo que lo llevó después a enfrentar a otro, con la Ley de Medios. El gobierno de la «unidad nacional», que en los hechos había sido la presidencia de Kirchner, frente al fantasma de la disolución del país del 2001, iba quedando atrás. Pero esa ruptura -con una derrota legislativa en la mitad- del pacto inicial, tuvo después una envoltura económica favorable que acompañó una radicalización de las medidas de gobierno. Contexto económico y gestión de izquierda y el efecto “balance histórico anticipado” tras la muerte de Néstor, resultaron en el 54% (55,4% según el número final, parece). Con un escenario tan cambiado, ¿puede seguir pensándose la dinámica política de la misma manera que hace 9 años? ¿Y qué significa, concretamente, ese cambio? Ganadores y perdedores, márgenes de autonomía muy distintos para unos y otros. Reacomodamientos que no son gratis, desde ya. «Soberbia abrumadora» como dijo hoy Moyano es, también, una forma despechada de hablar del resultado de octubre. El peso de ese resultado (la conveniencia de ese resultado, según quien mire. ¿Cuantos aliados hubieran preferido un 45% en vez de un 55%?…) es lo que está marcando las cartas de  2012. Lógicamente, es terra incognita, porque abre una dinámica de poder desconocida por la democracia reciente. Se puede discutir la intensidad de la administración política de esa súper elección por parte de Cristina, pero fue la sociedad la que creó el escenario, y no un apetito autoritario trasnochado.

¿Default ideológico de quién?

Moyano termina por abrazar palabras que estaban del otro lado del río: soberbia, falsedad del relato, corrupción. Y suma aliados de todo pelaje, en general, horribles. Pero lo verdaderamente impactante no es esa elección (que de última lo único que muestra es que él mismo ve al conflicto con el gobierno como irremontable) sino la que está del otro lado del espejo, sosteniendo la “imagen”: Clarín usando a Moyano. Lo importante no es que el líder de la CGT, en un contexto de aislamiento, haya ido a los estudios del canal a convocar al acto, sino la esquizofrenia del Grupo que debe dejar un poco perpleja a su propia audiencia y desahuciados a los políticos opositores. El default ideológico y cultural es mucho menos de Moyano que de Clarín y La Nación, tratando con plumas de seda una marcha sindical. El único reflejo vivo de la derecha es acompañar a quien se oponga al gobierno, ya sin tiempo ni fuerzas para hacerle ADN ideológico, ni de clase, ni de intereses compartidos, salvo el del cortísimo plazo. Es un momento extraño pero comprensible: Camioneros tiene la representación menos dañada que la oposición política, esa de la que no se habla desde hace meses. El sindicato, al menos se sabe qué representa, qué quiere, qué puede mover.

¿Perón y sindicatos, un sólo corazón?

Y ese es, tal vez, el otro eje de la política que cambió y que no se sabe a dónde nos va a llevar: el fin de la crisis de representación de 2001 no condujo a un esquema de partidos fortalecidos, sino la emergencia de un liderazgo mayoritario. Tan abrumador, como algunos índices de cambio económico y social de estos años, porque magia no hubo. Demasiado temprano para especular sobre la salida política para el 2015, demasiado tarde para que la pregunta no haga cosquillas. Lo que aparece muy extraño es la supuesta sorpresa e indignación desde el peronismo supuestamente ortodoxo del mundo sindical. ¿Acaso cuando Perón fue relecto con el 63% de los votos para el período 1952-1955 le dio más poder al sindicalismo? Por el contrario, ordenó desde su legitimidad renovada y ampliada un esquema con muchos menos pactos y más concentrado sobre sí mismo, y como contrapartida, una CGT mansa, muy lejos de la interlocución del “Cabildo Abierto” de un año antes. Algo parecido se podría decir que hizo el mismo Perón en 1973, frente a la “corporación juvenil”, después de arrasar en las elecciones que lo volvieron a sentar en el sillón presidencial. No es un festejo ni una chicana (de hecho, en ambos casos, habría que preguntarse cuánto de esa reconfiguración del poder tuvo que ver en las sucesivas y trágicas derrotas posteriores), pero es ridículo cuestionar ese mecanismo desde la lógica del peronismo puro y duro, como se sobreactúa en estos días.

¿Lo que viene es mejor, peor o igual?

cri, cri, cri.

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Hablando de Revolución

¿Qué queda hoy de la Revolución? En primera instancia, estas vidas accidentadas que nos recuerdan que nada entre los hombres, incluso entre los que hacen revoluciones, es llano ni monocorde, nada está hecho a la medida de los que gustan identificarse con los buenos, que siempre han sido buenos en la historia. A su vez, y para el disgusto de algunos otros, vale recalcar que seguimos filiados tanto al primero como al segundo ciclo revolucionario. Así y todo, de tomar el cielo por asalto para volverlo cierto en la tierra, poco sobrevive. Involucrados en lo prosaico del mundo, difícil no reconocer el enorme valor de la política de reparación que se viene llevando adelante desde 2003, pero es evidente que el socialismo ha quedado muy lejos. Lejos también el idealismo y la tentación de lo sublime, podemos ser justos como pocas veces con el pasado y sus rugosidades, que son nuestras. Quizá sea inevitable vestir alguno de los trajes que nos ofrece la historia, para inflar de sentido el papel que nos toca actuar en el presente. De todos modos, llevar los de la Revolución y, más aún, los de la guerra, no parece por lo menos responsable. Si responsable suena mal, digamos que tampoco parece inteligente. Porque es equívoco pero, sobre todo, porque es aceptar la invitación que nos hacen quienes no esperan sino el momento del castigo.

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África mía

África está de moda. Hasta hace unos años era la metáfora del territorio olvidado. África sobraba y apenas si despertaba un interés entre morboso y de beneficencia light por parte de las almas sensibles de un primer mundo que, en su auto percepción de abundancia, de tanto en tanto volteaba la mirada sobre un lugar que el mundo no sabía para qué le servía.

Si América fue desde la llegada de Colón el lugar por excelencia donde Europa buscó las materias primas para su desarrollo, África es el comienzo de ese recorrido “mercantil”, donde los hombres eran cazados para terminar trabajando en las plantaciones al otro lado del Atlántico. La desgracia no termina ahí: cuando nuestro continente ya era un conjunto de repúblicas que, si sometidas económicamente, habían logrado el status de independencia política, África era repartida sin tapujos entre las potencias europeas. Por eso el mapa de África es tan extraño: ningún continente tiene sus fronteras tan lineales y rectas, un diseño gráfico donde se nota demasiado que la decisión de dónde empieza y termina un país se cocinó en una mesa chica a muchos kilómetros de distancia.

El último momento de interés en África tampoco fue feliz. Después de la Segunda Guerra una Europa que ya no manejaba las riendas del mundo no pudo retener sus colonias donde, por otro lado, habían surgido movimientos de liberación nacional que en pocos años pasaron a gobernar los nuevos estados independientes. Pero llegó la Guerra Fría y los intentos de influencia de Estados Unidos y la URSS. África se convirtió en un escenario más de esa disputa y florecieron los golpes de Estado y las desestabilizaciones permanentes. El Che en el Congo marca ese momento, como también cierta constancia “occidental”: sus manuscritos sobre la imposibilidad de entendimiento con esa sociedad a la que él llevaba la revolución no son muy distintos a los de sus antecesores blancos de décadas y siglos anteriores.

Ya en los ochenta, los males de África se volverán impersonales: hambre y SIDA. Chicos con panzas crecidas y mosquitos dándoles vueltas por la cara. Un lamento mundial que compungía a las estrellas de rock con sensibilidad social. El discurso fue cobrando cinismo: la “culpa” se cerró sobre algunos dictadores locales, unas bestias sanguinarias que recorrían en sheep una ruta de tierra matando gente. Esa imagen hollywodense traducía una cuestión estructural: en un mundo donde la riqueza se empezó a concentrar cada vez más –aun en los países centrales-el capitalismo no parecía tener ningún lugar para ese continente. Sencillamente sobraba.

La nueva moda africana tiene ahora nuevos sponsor, también a la moda. China, India y Brasil, las nuevas estrellas de la economía mundial, están provocando una oleada de inversiones en África.

El punto es si hay un cambio de lógica con el pasado de expoliación. Poco alentadoras son las noticias, porque los intereses de estos “hermanos del sur” no son muy distintos a los que tenían los viejos imperialismos. Petróleo, minerales, diamantes, tierras para cultivar. También algo de infraestructura, que no deja de escapar a la contradicciones del desembarco. Hace un año, Mozambique inauguró un nuevo estadio olímpico para los juegos pan africanos. La inversión la hizo una empresa china, que además importó a 300 chinos para dirigir el proyecto. Los mozambiqueños fueron contratados para las tareas menos calificadas. En las vísperas del 1 de mayo de 2010, una huelga al interior del Estadio terminó con un muerto.

Aunque la esperanza puede estar en el reacomodamiento político que estas nuevas potencias parecen estar queriendo diseñar en el mundo,  algunos signos permiten pensar que esta vez África puede ser parte de una sociedad –aunque también desigual- no sólo económica, sino también política. Un ejemplo: durante el mandato de Lula, Brasil abrió 12 embajadas en países donde no tenía representación diplomática. En una de sus visitas, sinceró: “Brasil no sería el mismo sino fuera por los millones de africanos que participaron en la construcción del país”. China, por su parte, fue la que agergó la S a lo que antes era el BRIC, cuando invitó a Sudáfrica al grupo que formó con India y Brasil. Algo, mucho, poco, se verá.

Publicado en http://www.niapalos.org/?p=7089

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Un fuck you en Artepolítica

Hay que dejar de darle vueltas morales a Lanata y pensar en su público. ¿Quienes son? De alguna manera, esa tribuna, con toda la construcción televisiva que pueda tener, huele a real. Hay otra “juventud”, muchachos. Crecida en estos años kirchneristas. Claudia y Marcos, los de la publicidad del Banco Galicia, que trabajan y consumen con los parámetros de una Argentina que, si no salvó a los del fondo, le puso un resorte económico de aquellos a una clase media que volvió a respirar, a engordarse. Pero no es sólo eso: Claudia y Marcos hacen Tai Chi Chuan y se van de vacaciones a Cabo Polonio, mientras entran a Garbarino por un Plasma. O sea, primero: no somos tan distintos. Es más, los podemos suponer muy de acuerdo con la nacionalización de YPF, el matrimonio igualitario, y se cagaron de risa con las tapas de la Barcelona. Votaron a Cristina. No, Claudia votó a Binner, pero no fue un tema de discusión. Se lo dijo desde la cocina, mientras Marcos miraba la tele. Fin. Y es que, silenciosamente, mientras otros hacen el camino de la profundización, el kirchnerismo habilitó para millones una liviandad de la vida. Y también de la política. Pongamosló así: si en el 2008 la 125 y su explosión política mostró a un sujeto que era hijo de la economía kirchnerista queriendo romper todo, en el 2012 los hijos de la década de crecimiento aceptan el orden establecido. Porque les conviene, porque enfrente no hay nada, porque el aviso de que TN podía desaparecer era mentira, porque sus vidas son apacibles. Pero la política -y la forma particularmente áspera de la política kirchnerista- les molesta.  Y por arriba hubo un cambio en el equipo: entró Lanata por Sarlo. Que da cuenta de lo que pasó después de la derrota legislativa y electoral de Clarín. De buscarle la explicación a la bestia, se pasó a ridiculizarla.  De la academia al circo.

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Sin nación no hay región, sin región no hay nación

La palabra “problema” aparece en la primera página del libro, y ese resulta el primer dato esperanzador del texto que el lector tiene entre manos. La integración regional es un problema. Desde ahí arranca y recorre el paisaje de la “leyenda americana” para alumbrar sus puntos ciegos. Los autores indagan desde las convicciones y las ilusiones pero también desde la racionalidad política y económica cuáles son las condiciones y expectativas creíbles de la “integración regional”. El chiste retórico de su título (que intercambia la palabra “liberación” por “integración”) es preciso acerca del subrayado ideológico que pondrán a prueba y el momento histórico sobre y desde el que escriben: las democracias y capitalismos alcanzados en estos países, tramas complejas de una época de velocidad económica que, como un río, siempre va, y que también avanza sobre un consignismo estático. Estas tesis apuntan muy por encima de los mitos políticos aunque se soporten también en ese espíritu de “alegre unidad”. Una región que compone una gran escena cultural mientras intenta mover los lentos mecanismos de las economías. Se trata de un texto que revuelve en concreto más que cualquier otro evangelio literario nacido para terminar en el candor de frases tatuadas en una agenda de papel reciclado. Sin nación no hay región, sin región no hay nación, y con esa consigna en la boca saltan al laberinto histórico del presente escribiendo un libro fundamental para la ciudadanía del futuro.

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España: the dream is over

Publicado en el Ni a Palos.

Corría el año 1991. En la ciudad de Guadalajara sesionaba por primera vez la Cumbre Iberoamericana, que reunía a los jefes de Estado de los países latinoamericanos que habían sido colonias españolas y portuguesas y las respectivas madres patrias. España estaba ya en pleno proceso de europeización, saliendo de pobre, saboreando las mieles del primer mundo. Nuestra región vivía los comienzos de las políticas de ajuste, bajo la hegemonía cultural de eso que sería repetido como síntesis explicativa de muchas -tal vez demasiadas- cosas: neoliberalismo. La declaración final de esa cumbre marcaba el rumbo: “Estamos comprometidos en un proceso de profundo reajuste de nuestras economías con el objeto de lograr con eficiencia la recuperación y el crecimiento. Nuestros países han hecho avances significativos en sus procesos de modernización por medio de la reforma del Estado y de la liberalización económica. Tales procesos han entrañado sacrificios que deben cesar para que sea posible establecer una verdadera justicia social.” Descollaban en esas cumbres Felipe González y el rey Juan Carlos. Democráticos, moderados, progresistas. El primero todavía no se había convertido en un lobbysta descarado de intereses empresarios, aunque iba cimentando ese camino con ahínco, torciendo el rumbo histórico de su partido. El segundo se presentaba como el puente de plata de la transición del franquismo a la democracia y desde ese púlpito traía ondas de amor y paz a un continente que había pasado hacía muy pocos años por un proceso similar. Se cumplían, además, 500 años del desembarco de Colón en América. León Gieco cantaba que habían sido “cinco siglos igual”, una injusticia histórica pero que se llevaba bien con un momento donde todo parecía igual, eterno, inmodificable. El fin de la historia y todo eso.Había, además, un desembarco económico. En cuestión de pocos años, España pasó a competir cabeza a cabeza con Estados Unidos el primer lugar en las inversiones para América Latina. Repsol sería la frutillita del postre: bancos, teléfonos, aviones, infraestructura, venían al galope de una España pujante que, además, iba recibiendo a una parte de la población sobrante local que quedaba sin trabajo por la misma lógica económica que abría las puertas a las empresas ibéricas. El 24 de abril del año 2000 el diario El País canchereaba: “La segunda conquista de América”.Pero los procesos históricos no son ni eternos ni inmodificables. Pocos años después ese empuje inversor comenzó a mostrar sus límites. España no es, al fin de cuentas, una potencia económica, menos que menos un Imperio, sino un espacio geográfico incluido en el experimento de la Unión Europea que durante un tiempo vivió -no menos fantasiosamente que nuestros países- un boom económico prestado. Pero, como suele pasar, es fácil acostumbrarse al éxito, así sea pasajero, y muy complicado ser consciente de que se está cuesta abajo. Así, durante la Cumbre Iberoamericana de 2007, el desbarajuste entre la escenificación de la “segunda conquista” y la nueva realidad del continente se volvió patente. La corte del rey Juan Carlos ya no era Menem, Fujimori o Cardoso. Lula, Kirchner y Chávez venían, dos años atrás, de cerrar filas para que el Alca no se firmara. La relación de fuerzas había cambiado mucho. Pero el rey no se dio cuenta. Y mandó la célebre “¿Por qué no te callas?” Él, el monarca hereditario, silenciando a un presidente de una República, votado por ciudadanos libres.La comedia española de estos días por la decisión argentina de recuperar YPF marca que ese proceso de aceptación de la realidad todavía está en veremos. La sobreactuación de declaraciones tremendistas, de amenazas irrealizables, de caracterizaciones injuriosas, no es propia de quien tiene fe en sus propias fuerzas. Todo lo contrario. Pero en España parece, además, estar pasando otra cosa. Una crisis que ya no es solo económica, y cada vez se muestra como sistémica: derrumbe de la actividad económica, del empleo, retroceso de las conquistas sociales, pero también deslegitimidad de la clase dirigente, mimetización de los programas de los partidos políticos mayoritarios, limitados a pensar dentro del estrecho margen de un status quo que cada día beneficia a menos sectores. En el medio de ese panorama, otro símbolo aparece arrastrado por el tsunami: el rey sale a cazar elefantes al África, vuelve herido a la patria y debe pedir disculpas a sus súbditos que están sin trabajo (el diario monárquico ABC constata que son sinceras, por medio de un estudio gestual, posta). Como si fuera poco, lo acusan de tráfico de influencia en favor de su yerno y con el BBVA en medio. Algo se está rompiendo en la península. Algo, inevitablemente, va a cambiar. Desde acá, con humildad, lo único que pedimos es que no nos echen la culpa.

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Mas claro, echale nafta

Va a llevar un tiempo dimensionar lo de YPF. El Estado recupera la empresa más grande de la Argentina. Recupera el control sobre una masa de recursos que abre la puerta a un nuevo momento de la política  económica, porque permite manejar variables de inversión, precios (no sólo del petróleo, sino de una cantidad enorme de producciones que lo rodean), decisiones de desarrollo en localidades dispersas en todo el país, intercambio comercial con otros países sobre una producción sensible y estratégica, etc. Incluso, se sumaría el control sobre la empresa que comercializa el gas en garrafa, haciendo posible un plan de subsidios a ese bien para la población que no tiene gas de red. El cambio es enorme. El desafío, los riesgos, las oportunidades, también. Lo que no hay que perder de vista es que todos esos interrogantes y posibilidades se abrieron por la decisión política de recuperar la empresa. Lo que hay que defender, más si vienen días complicados, es ésa decisión, más allá de los avatares en los surtidores. Esa es la diferencia con los apoyos relativos: no es el éxito circunstancial lo que hay que bancar, sino la dirección, el rumbo político.

Se cierra un ciclo de preguntas sobre el kircherismo (ese latiguillo tan de los blogs «el kirchnerismo es…» para después intentar con ingenio nombrar y renombrar a la experiencia). El rol del Estado es el centro de la escena. Listo. El poder político y los recursos. La guita y su distribución social. El Estado como mediación para eso. El poder económico como el enemigo íntimo con el que se baila, se va a las manos, se vence, se negocia. Lo que sea. Pero con la certeza de que ese es el otro. Por eso, más allá de sus limitaciones exasperantes (quisiéramos, de veras, que fuera mejor) Macri sobrevive a los intentos más esporádicos del resto de la oposición. Porque es el único que es, verdaderamente, el otro. Testimonial y hasta inofensivo por ahora, pero latente y atrincherado en la convicción de que ese ring de disputa entre Estado y mercado está mal diseñado, que esa pelea es inútil porque no debería haber uno y otro sino un mismo poder tirando para el mismo lado. Macri cree, un su aniñada intuición, verdaderamente en eso. Y el kirchnerismo, todo lo contrario. El resto. ¿Qué pensará el resto? ¿Quién puede querer ser presidente si no puede responderse esa pregunta? Hay ring o no hay ring. Entonces, no hay ya nada más viejo que el sentido común que recorre al resto de la clase política: «es una medida correcta pero en manos de este gobierno…». Una, dos, tres, cien veces lo mismo. Ya queda mal en el blog de Caparrós en El País argumentar de esa forma, ni hablar si se tienen pretensiones de poder institucional. La impresión es que a la camada actual de dirigentes opositores cada vez les queda más grande el hipotético manejo de un Estado que tiene sobre sus espaldas la cobertura provisional del 90% de las personas con edad jubilatoria y el control de la empresa más grande del país. «mucho quilombo» es un razonamiento lógico para un tipo de político que creyó que su lugar era el refugio de valores abstractos. Pero lo que vino fue la necesidad de rehacer un país. Roquismo, yrigoyenismo, peronismo, menemismo, kirchnerismo. Hay modelos ideológicos para elegir en la historia argentina para todos los gustos, pero no casualmente los políticos progre-centro-radical-pro siguen prefiriendo experiencias fallidas, accidentales, inocuas, olvidables, como el gobierno de Frondizi. De inventar para delante, menos que menos.

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El ciclo se cierra en un momento de épica que difícilmente se iguale. Es un momento de crisis -en sentido literal- de cambio, de ruptura. Cualquier estatización será inexorablemente menor (que técnicamente sea una expropiación y se mantenga la figura de sociedad anónima, no cambia las cosas), cualquier reclamo «por lo que falta», será también un tranco chico (siempre que no trampeemos con cosas como «la felicidad del pueblo»). Rompamos el listado de pedidos, la mayoría son adornos al lado de lo de YPF. O no lo rompamos, pero sepamos que ninguno desafía ya el margen de lo posible. «Si se pudo recuperar YPF como no….» puede ser una muletilla de propios y extraños de acá en más. Y está bueno.

Hay un ciclo que se abre, también. Que muy lejos está de ser la gris administración conservadora de lo que ya está, como algunos imaginaban. (En verdad, los que imaginan eso, es porque imaginan el fin del kirchnerismo). Pero que tiene tanto de político como de técnico. La crítica esquizofrénica a la Cámpora: hordas sin títulos secundarios y profesionales de alta alcurnia. ¿Los dos a la vez? Podría ser, pero el discurso para un estigma se anula si se opta por el otro. Y entonces se quedan sin discurso. Y aparece Kicillof «embistiendo» en el Congreso. Embiste, altanero. Se nota mucho lo evidente: mucha distancia con el resto, un promedio político desastroso, que solo puede articular chicanas que ya ni tienen el efecto que se espera de las chicanas. El vice ministro les tira por la cabeza el 2001. Es generacional porque en esa vehemencia están las convicciones que un par de generaciones de políticos perdió. No se trata de elogios personales. La cuestión de los años pesa. Los diputados y senadores, en su gran mayoría arrollados por la triple debacle radical-menemista-radical contemporánea a sus carreras, tienen por lógica, un tanto abolladas sus creencias más salvajes y primarias (esas que son, al fin de cuentas, las únicas que importan). En la formas y en el fondo, el discurso del vice ministro tiene mucho de 2001. Tiene bronca, tiene desprecio por el status quo, tiene, además, una sabiduría inigualable, que solo se puede aprender en una crisis: que el poder no es tan poderoso. Que al final, las estanterías son todas provisorias, que los escenarios institucionales son eso: escenarios. Que el poder está en otro lado. Que juntando voluntades, se puede hacer un lindo zafarrancho.

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Pero ese ciclo no es sólo el protagonismo de un puñado de gente joven. El cambio es el cambio de escala. Es pensar los problemas de un país con consumo de Asignación Universal por Hijo y casi pleno empleo, los problemas educativos con alumnos con computadoras personales, los problemas energéticos de un país dueño de su petróleo. Tampoco es el famoso «largo plazo». Porque no hay proyecto político que se precie de tal que no sea, en términos prácticos, cortoplacista. Por una cuestión puramente democrática: se puede perder en cuatro años. Pero sí hay un cambio de escala. Si el Estado fue y es el centro del proyecto político kirchnerista, la preocupación sobre la burocracia de ese Estado ampliado, enriquecido, más complejo, más ramificado, etc, se vuelve, también, algo central. ¿Cómo conducir al monstruo? Es un problema político, ideológico. Ahora que hay Estado, hay que cambiar al Estado. ¿Cuál es la síntesis de política y burocracia? ¿Cuál es la inercia que se arrastra de las viejas capas estatales que entraron durante la fase de la debacle estatal? ¿A quién se llama? ¿A quién se deja afuera? Había una vez un ruso que escribió…mmmm, no, no. Mejor inventemos un poco.

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Moda y pueblo

Publicado en el Ni a Palos

Hay una moda en los gobiernos sudamericanos: las sociedades políticas mixtas. Cristina y Néstor, Dilma y Lula y, ahora, Nadine y Ollanta. La esposa del presidente peruano tiene todos los condimentos para que se empiece a hablar de ella como una figura política con luz propia. Es carismática, excelente comunicadora, dosis calculadas de trasgresión y verticalidad, mucha presencia en las redes sociales. Los medios peruanos ya están empalagosos con los análisis donde emparentan a la pareja presidencial con el modelo sucesorio del kirchnerismo: un mandato vos, otro yo. En el país andino esto se vuelve, además, una necesidad para la continuidad del humalismo porque la constitución prohíbe la relección inmediata (el presidente en ejercicio tiene que dejar pasar un período para volverse a postular). Aun así, una hipotética candidatura de Nadine tendría que sortear un artículo del código electoral que impide a los familiares directos del presidente candidatearse. No es ningún resorte para evitar “desviaciones populistas” hecho por alguna pluma liberal, sino producto del desamor marital: fue Fujimori el que impulsó el cambio de ley para que su entonces esposa, Susana Higuchi, no pueda ser candidata por…la oposición.  A mediados de los noventa Susana pateleó por los medios, pero la ley siguió su curso y, además, Fujimori la remplazó en el puesto de primera dama por su hija, Keiko, que fue la que finalmente tuvo un rol político en las últimas elecciones, donde perdió en la segunda vuelta con Humala. Una variante más politizada –pero muy similar en los roles- a la novela de enredos de la familia Menem-Yoma por aquellos mismos años.

El manoseado tema del “rol de la mujer en la política” puede pensarse desde este ángulo: en los noventa las mujeres presidenciales ya no se bancaban el silencio decorativo, aunque tampoco pudieron lograr ser socias del poder. Eran las “mujeres de” pero el viento de fronda ya estaba ahí. La modernización globalizadora que era bandera de esos gobiernos noventistas lo invadió todo, y entró también en las vidas privadas de las parejas presidenciales con el toque de época que incluía el escándalo mediático pero también una nueva legitimidad, que permitía un lugar propio, una voz, un derecho a ir por más. Pero las zulemas y las susanas arrastraban algo de lo viejo, algo del antiguo rol aristocrático de las “primeras damas” que cortan cintas en inauguraciones sin conciencia política del proyecto del que participan, así sea formalmente. Tal vez por eso, sus alejamientos hayan tenido origen en las relaciones privadas con sus esposos-presidentes, antes que en desavenencias políticas.

El siglo XXI cambió esa ficha. Las primeras damas son las aliadas íntimas de un esquema de poder compartido, más allá de los formalismos circunstanciales. Unos y otras llegan al poder juntos, a la par. Visto en clave feminista, toda una igualación social, una revolución de género. En términos estrictamente políticos, una nueva ingeniera desde la cual pensar roles, soportes y proyecciones políticas de largo plazo. En el Perú, Nadine Heredia viene siendo la voz de un gobierno parco en la comunicación, con muchos técnicos y pocos políticos en su gabinete. Sin un cargo de gestión, se puede mover cómoda en mítines, actos de inauguración y declaraciones en su cuenta de Twitter que le costaría sostener si tuviera un cargo público. Pero no es sólo una vocera informal: es la segunda del Partido Nacionalista Peruano y acompaña a ministros en recorridas al territorio, donde queda claro quién es el jefe de quién. Es una de las pocas que participa de la mesa chica que toma las decisiones fundamentales del gobierno. Sin embargo, en una situación un tanto difícil de explicar desde la mirada argentina, todos estos ingredientes no la convirtieron en un tele objetivo de los medios de comunicación. Por el contrario, al menos hasta ahora, los altos índices de popularidad (superiores incluso a los del propio Ollanta) conviven con un trato generoso del periodismo. Mario Vargas Llosa cree que está haciendo un “papel excelente” y su hijo Álvaro se declaró “fan”. Esa situación de gracia parece responder a ese momento inaugural del que también se alimentó el kirchnerismo temprano: la reconstitución del poder presidencial, y cierto equilibro interno del gobierno que todavía no rompe amarras con ningún interés terrenal, lo que abre el apoyo desde las veredas más insospechadas. En ese escenario se cuela la carrera política de Nadine. Una carrera que tiene un vuelo propio, que eventualmente mostrará sus costados más personales, y a la vez atada a una sociedad política que hoy, circunstancialmente, la tiene en un segundo puesto. Por ahora.

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