Un momento como este tiene, necesariamente, que generar preguntas. Y eso significa poner a las certezas a un costado, ahí esta lo difícil. Pero en un momento donde algunas de las certezas que nos acompañaron desde el 2003 parecen ponerse en cuestión (y el lugar de los sindicatos en el proyecto del kirchnerismo es una) se vuelve necesario volver a las preguntas. Como se dice en este post de Artepolítica, pisamos una terra incognita. Acá van algunas:
¿Alguien traiciona?
Así como no sirve de mucho pensar al menemismo desde la «traición» al peronismo, tampoco alcanza a explicar la marcha y el discurso del miércoles, el enfrentamiento seguramente sin retorno con un aliado fuerte del gobierno como Moyano, desde esa misma adjetivación. Por el contrario, Moyano parece mas bien estar siendo leal a su propia construcción histórica y a los intereses (inmediatos y segmentados, tal vez) de sus representados. En ese sentido, el gobierno también está siendo leal a su propia construcción, a sus orígenes, a sus intereses. Por lo que lo que hay que pensar es que pasó, no tanto desde la lógica personal de los actores, que influye, pero que escapa a las posibilidades de ser interpretadas desde fuera, sino las transformaciones que se dieron desde el 2003 y que fueron modificando a esos actores y, por lo tanto a sus intereses, sus representaciones y, en consecuencia, su mirada de lo que vendrá.
Dicho de otro modo: las claves de interpretación (y de actuación) que se tenían desde el 2003 o, mejor, desde el 2001, parecen estar ya caducas. Si el kirchnerismo gobernaba con el telón de fondo de la Gran Crisis, si ese era el punto de referencia en múltiples sentidos, hoy ya no lo es más. En múltiples sentidos, porque una Plaza de Mayo que se llena para pedir ganar más, no tiene mucho que ver con las plazas del 2001, ni las del comienzo del kirchnerismo, donde los movimientos sociales competían con el sindicalismo el protagonismo de esos actos. Actos de trabajadores excluidos y de trabajadores sindicalizados apenas acostumbrados al retorno de las paritarias. Se podría decir que estos «años felices» pusieron en lugares distintos a los que se miraban emparentados. La lógica estatal y la sindical tienen sus puntos y momentos de alta fidelidad, más cuando ambos se perciben con debilidades similares frente a sus adversario comunes. Y es el éxito de esa sociedad la que los pone en veredas enfrentadas (no tan distinto al recorrido de las relaciones del gobierno con otros sectores…)
¿Quién gana?
Otra de las razones que parecen estar detrás del divorcio entre la CGT y el gobierno es una creciente capacidad del kirchnerismo por organizar esa utopía que hasta hace poco era la «construcción propia». Kirchnerismo pasó de ser una identificación difusa, simbólica, inorgánica, a un conjunto concreto de agrupamientos que terminaron de cristalizarse en el acto en Vélez. Si la política, como dicen, le huye al vacío, el espacio ocupado hoy por el «kirchnerismo realmente existente» empuja al exterior lo que antes estaba dentro (y ahí hay que ver no sólo el sindicalismo, sino también el PJ). La pregunta de cajón es si ese corrimiento, ese remplazo, otorga los mismos niveles de gobernabilidad que el anterior esquema. Si, en definitiva, hay ganancia. Algo que se va a responder inevitablemente a futuro. Lo que aparece claro es la apuesta a eso por parte de Cristina, como también la decepción que esa apuesta, inevitablemente, genera en los demás actores. En el 2003-2007 eso no emergía como problema, porque la fuerza propia no existía o era muy incipiente, e incluso el enfrentamiento al duhaldismo en el 2005 se dio más por robo del rebaño ajeno (lo que explica que después de aquel triunfo en la provincia de Buenos Aires se haya abierto la tranquera para que vuelvan casi todos). En cambio, todo el primer mandato de Cristina estuvo tensionado por el comienzo del fin de esa lógica: el gobierno enfrentó por primera vez a un sujeto social interno con la 125, lo que lo llevó después a enfrentar a otro, con la Ley de Medios. El gobierno de la «unidad nacional», que en los hechos había sido la presidencia de Kirchner, frente al fantasma de la disolución del país del 2001, iba quedando atrás. Pero esa ruptura -con una derrota legislativa en la mitad- del pacto inicial, tuvo después una envoltura económica favorable que acompañó una radicalización de las medidas de gobierno. Contexto económico y gestión de izquierda y el efecto “balance histórico anticipado” tras la muerte de Néstor, resultaron en el 54% (55,4% según el número final, parece). Con un escenario tan cambiado, ¿puede seguir pensándose la dinámica política de la misma manera que hace 9 años? ¿Y qué significa, concretamente, ese cambio? Ganadores y perdedores, márgenes de autonomía muy distintos para unos y otros. Reacomodamientos que no son gratis, desde ya. «Soberbia abrumadora» como dijo hoy Moyano es, también, una forma despechada de hablar del resultado de octubre. El peso de ese resultado (la conveniencia de ese resultado, según quien mire. ¿Cuantos aliados hubieran preferido un 45% en vez de un 55%?…) es lo que está marcando las cartas de 2012. Lógicamente, es terra incognita, porque abre una dinámica de poder desconocida por la democracia reciente. Se puede discutir la intensidad de la administración política de esa súper elección por parte de Cristina, pero fue la sociedad la que creó el escenario, y no un apetito autoritario trasnochado.
¿Default ideológico de quién?
Moyano termina por abrazar palabras que estaban del otro lado del río: soberbia, falsedad del relato, corrupción. Y suma aliados de todo pelaje, en general, horribles. Pero lo verdaderamente impactante no es esa elección (que de última lo único que muestra es que él mismo ve al conflicto con el gobierno como irremontable) sino la que está del otro lado del espejo, sosteniendo la “imagen”: Clarín usando a Moyano. Lo importante no es que el líder de la CGT, en un contexto de aislamiento, haya ido a los estudios del canal a convocar al acto, sino la esquizofrenia del Grupo que debe dejar un poco perpleja a su propia audiencia y desahuciados a los políticos opositores. El default ideológico y cultural es mucho menos de Moyano que de Clarín y La Nación, tratando con plumas de seda una marcha sindical. El único reflejo vivo de la derecha es acompañar a quien se oponga al gobierno, ya sin tiempo ni fuerzas para hacerle ADN ideológico, ni de clase, ni de intereses compartidos, salvo el del cortísimo plazo. Es un momento extraño pero comprensible: Camioneros tiene la representación menos dañada que la oposición política, esa de la que no se habla desde hace meses. El sindicato, al menos se sabe qué representa, qué quiere, qué puede mover.
¿Perón y sindicatos, un sólo corazón?
Y ese es, tal vez, el otro eje de la política que cambió y que no se sabe a dónde nos va a llevar: el fin de la crisis de representación de 2001 no condujo a un esquema de partidos fortalecidos, sino la emergencia de un liderazgo mayoritario. Tan abrumador, como algunos índices de cambio económico y social de estos años, porque magia no hubo. Demasiado temprano para especular sobre la salida política para el 2015, demasiado tarde para que la pregunta no haga cosquillas. Lo que aparece muy extraño es la supuesta sorpresa e indignación desde el peronismo supuestamente ortodoxo del mundo sindical. ¿Acaso cuando Perón fue relecto con el 63% de los votos para el período 1952-1955 le dio más poder al sindicalismo? Por el contrario, ordenó desde su legitimidad renovada y ampliada un esquema con muchos menos pactos y más concentrado sobre sí mismo, y como contrapartida, una CGT mansa, muy lejos de la interlocución del “Cabildo Abierto” de un año antes. Algo parecido se podría decir que hizo el mismo Perón en 1973, frente a la “corporación juvenil”, después de arrasar en las elecciones que lo volvieron a sentar en el sillón presidencial. No es un festejo ni una chicana (de hecho, en ambos casos, habría que preguntarse cuánto de esa reconfiguración del poder tuvo que ver en las sucesivas y trágicas derrotas posteriores), pero es ridículo cuestionar ese mecanismo desde la lógica del peronismo puro y duro, como se sobreactúa en estos días.
¿Lo que viene es mejor, peor o igual?
cri, cri, cri.