En todos lados se cuecen habas

bueno, no en todos. Pero la dinámica de las democracias sudamericanas viene mostrando algunos ejes compartidos. Uno central es la reafirmación de los proyectos gubernamentales pos neoliberales. Hasta el día de hoy, ningún gobierno que llegó luego de la implosión económica-social de los noventa tuvo un revés en las urnas. Más allá de sus radicalidades, de sus perfiles, de su cuota de bolivarianismo o populismo o progresismo, lo cierto es todos los gobiernos vienen revalidando títulos. El único caso de corrimiento a la derecha fue Chile dónde, justamente, la Concertación fue una administradora (o reformadora, en su mejor versión) del modelo económico pinochetista. El resto de las experiencias aparecieron después de la crisis del paradigma del libre mercado. Y siguen siendo respaldadas por los votantes. Ese es un eje.

El otro tiene que ver con la descomposición parcial y el desconcierto total de las fuerzas políticas conservadores, que representan económica e ideológicamente a las elites de la región. La falta de paradigma sobre el cual articular discurso y proyecto político explica la emergencia de candidaturas neutras como la de Marina Silva en Brasil. Más allá del debate sobre qué representa «realmente» su candidatura (algo tal vez de poca importancia, dado que aún está por verse que ese tercer puesto se convierta en fuerza política consolidada) está claro lo que no es: no es un proyecto económico, no es una alternativa de gobierno. Las comparaciones con Pino son tal vez exageradas, se cuelan demasiadas diferencias. Marina Silva no es crítica del rumbo económico, por ejemplo, ni se piensa como una superación por izquierda. En todo caso, Pino es Plíno, aunque con un poco más votos.

Pero el punto a resaltar es que, tal vez, estemos por entrar a un cambio de fase: hasta ahora los gobiernos pos neoliberales usufructuaron esa falta de paradigma de los sectores conservadores, haciendo que las fuerzas de derecha asuman, al menos en parte, su discurso. El rol de Estado, por ejemplo, la integración regional, los DDHH o la inclusión social. Ese sentido común del siglo XXI suramericano. La derecha quedó obligada a ser el «progresismo» de eso. O sea, lo que fue el chachismo al neoliberalismo: una crítica superficial, que en verdad mostraba la crisis de los proyectos transformadores después de la caída del muro de Berlín. Sin posibilidad de pensar fuera de eso. Hoy, por más pataleo que haya, la derecha no puede pensar fuera del marco conceptual que construyeron los actuales gobiernos. Pero…qué va a pasar cuando en los próximos tiempos el esquema actual de reformas moderadas, de simbología que excede a los resultados (tanto Chávez como Lula, como Kirchner o Evo, tienen discursos que van más allá de sus logros) encuentre sus límites. Qué va a pasar cuando la inexistencia de una alternativa sistémica se manifieste como límite político. Qué va a pasar cuando sociedades politizadas, que usan la democracia para cambiar el statu quo, pidan algo más que comer tres veces por día. ¿Cuál es la utopía que nos va a hacer caminar? El problema es que si eso no se construye de este lado, se construirá del otro, en forma de regresión histórica. No nos dejemos engañar por el actual estado de cosas: ellos están desorientados, pero nosotros corremos con vendas en los ojos.

9 comentarios

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9 Respuestas a “En todos lados se cuecen habas

  1. horca

    Excelente post. Cuando la derecha aprenda a hablar de las virtudes del Estado va a recuperar la capacidad de fuego. Tácticamente sirve defender, hoy, al Estado por izquierda, cuando se lo hundió por derecha y en favor de los mercados; pero en algún momento esa fórmula tan fácil de transmitir, tan eficaz, tan… indiscutible (porque el Estado es objetivamente indispensable, eso lo ve «cualquiera») va a dejar de rendirnos. Por eso, si vemos que la táctica empieza a ver el techo, hay que repasar los papeles de la estrategia.

    Me parece que lo que sigue a «comer tres veces al día» es la «dignidad» peronista clásica, o sea… el 50-50. Obviamente que ahora esto suena muy urticante, pero el sentido común que hay que construir, una vez afianzado el piso «democrático», es laboral. Y pienso que hay espacio para empezar a caminar en este sentido. El proyecto de Recalde cosechó algunos obvios rechazos, pero si uno mira la reacción de la clase política, nadie puede decir abiertamente que se opone. De Narváez no pudo: dijo «estoy de acuerdo, pero no ahora». Alfonsín dijo que estaba a favor. A lo sumo, el tema dispara críticas a Moyano, pero no se puede presentar como una oposición a la medida en sí. No es popular oponerse a algo tan evidente como la distribución de la riqueza. La derecha busca subterfugios absurdos, como la crítica al poder de Moyano, para ganar tiempo.

    Me parece que si se completa la instalación del sentido común estatal, ahora tendría que venir la disputa por la instalación del sentido común peronista, ligado básicamente a la palabra «dignidad». El cauce por izquierda, que Kirchner reclama a los jóvenes, se abre ahí. Reclamar más Estado sigue siendo una tarea indispensable, pero sería bueno adosarle la humilde pretensión peronista de que todo el mundo esté en blanco, con vacaciones y aguinaldo. Sigue habiendo una inmensa masa de sub-representados que podrían constituir un capital político para quien sepa verlo. Sigue habiendo villas muy destruidas y muy densamente pobladas. Y en el conurbano están las familias agarradas de la esperanza de alcanzar la clase media, el poder de compra, la vivienda. Ahora, creo, resumiendo, hay que ir por el sentido común peronista.

    • Eh, ese sentido común del que habla horca es la victoria en al batalla cultural, claro que es eso lo que nos falta. Volver al estado de personas solidarias con identidad y pertenencia a un Estado de Bienestar, la antítesis de la superestructura creada en los ’90.

      Desalentar el consumismo que si se quiere fede es otro pequeño eje que hemos producido en las clases medias. Claro que nosotros lo arrastrábamos un poco de antes, pero eso no lo hemos corregido aún. digo, si es que hablamos de redistribución…

      Es posible pensar a futuro en una Argentina peronista gobierne quien gobierne?

    • fedevazquez

      Si, ahora. Lo tiro como pregunta, ¿no hay cierta tensión entre el 50 y 50 y la deuda con los excluidos? quiero decir, el reparto de ganancias es justicia, está claro, pero poner el ojo ahí, no implica sacarlo de los bolsones de desenganchados, ausentes de toda dignidad? porque, ojo, se puede llegar a un 50/50, pero muy mal repartido hacia dentro del «trabajo», con camioneros ganando 7000 lucas y changarines en negro dependiendo de la AUH para morfar…ahí hay un tema para la etapa que viene, ¿podemos, de verdad, construir una sociedad sin excluidos?…
      abrazo

      • fedevazquez

        Una cosa más enganchada a la primera: la idea peronista de la dignidad me parece central, pero no como «retorno», sino como construcción nueva. Porque lo que hoy significa «dignidad» tiene el recorrido de 60 años de historia, por lo que es diferente a la de aquellos años, y por otro lado, las políticas del peronismo clásico que hicieron posible esa dignidad hoy son insuficientes, o impracticables. Es decir, como «idea» me parece usable, como método, como receta, no.

        • horca

          Totalmente de acuerdo: «dignidad» es trabajo en blanco para todos. Lo del 50-50 no lo quise plantear en términos de reaplicación de las medidas tomadas por Miranda; era una apuesta simbólica dentro de lo que hoy es, no digo realizable, pero sí «demandable»: algo más que tres comidas. Y eso es la Dignidad, el «somos todos iguales». El 50-50 daba para la metáfora de paridad.

          Y otra cosa: poner el ojo en el tema laboral no implica sacarlo del asistencial. Perón-Evita es un poco eso. Uno es el primer trabajador, la otra te pega los dientes postizos en persona. No tenemos que creer que el foco pueda ponerse en lo asistencial o en lo laboral porque, en realidad, hay que hacer las dos cosas. La AUH fue una medida con fantástico consenso, es decir, oponerse a su implementación fue cosa de locos y monstruos (Aguad, Sanz), pero por bancarizada que esté, no alimenta todavía el orgullo. Y éste el planteo moral que habría que ir preparando. Volvió el Estado y ahora tiene que volver la Moral. En fin, veremos.

  2. Ese final…
    No me quiero poner abstracto, pero hay un tema de temporalidades que es insoslayable. Porque me parece que pedir algo más que comer tres veces por día tiene necesariamente que ver con pensar en unos plazos que fueron históricamente los plazos de la política popular. Plazos programáticos como en el socialismo o plazos pragmáticos como en el peronismo o el varguismo (líderes que estuvieron presentes por tres y dos décadas respectivamente en la política de sus países, lo que indica que sus tareas, en fin, no eran cosa de un mandatito. Y ahí me parece que hay que ver cuáles son las herramientas para pensar primero y desarrollar después esas temporalidades más largas que son mucho más complejas que las de la protección social y tienen que ver con el rumbo de esa sociedad ahora protegida.
    En ese sentido la pregunta por los recursos naturales, por el desarrollo tecnológico, por la contaminación, por los sistemas jubilatorios, dejan de ser laterales y quedan en el centro.
    Abrazo,

    • fedevazquez

      Ese final suyo también.
      ¿Cuando empezamos a discutir los recursos naturales? Al menos tenemos que definir si necesitamos una reforma constitucional o no (no lo tengo del todo claro, aunque creo que sí). La votación de la ley de glaciares demuestra algunas cosas: la posibilidad de avanzar en agendas que no le gusten a Gioja, y la debilidad de un Estado nacional que puede regular ambientalmente pero que, en definitiva, deja a poderes provinciales pequeños la puja económica con los pulpos multinacionales. Hay que hincarle el diente a eso, entre otras cosas.

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